martes, 9 de julio de 2013

Las virtudes del abismo. (Prólogo).

     "Dime, ¿a qué llamas tú inspiración?" Preguntó ella con la voz suave, entre susurros. Se apoyaba en el brazo del sofá granate que adornaba aquella amplia habitación de madera donde él solía crear. La luz de la farola más cercana atravesó la ventana del tejado, iluminando el rostro de la chica, como si se tratase de la Luna. La misma que en ese instante él se disponía a dejar grabada en un grueso papel color pergamino agarrado a la pared con el clavo de siempre, ya algo oxidado.

     El sonido que se producía al rozar el carboncillo con la lámina hizo que cerrase los ojos y disfrutase de él como si fuera el más apasionado de los violines en su último respiro. Tomó aire y continuó, haciendo que su mano fluyera de la misma forma que lo hace una medusa desplazándose por lo más profundo del mar.

     Ella siguió contemplando. Le conocía, no era un chico de muchas palabras. Él sabía que estaba siendo observado, lo sabía, pero lo olvidaba.

     El olor a pintura seca, madera y el frío de la noche, era su conjunto favorito. Solía ser una persona muy tranquila, y cuando entraba en esa habitación desaparecía, dejando únicamente sus manos, con las que sostenía el pincel, y la inspiración... ella había hablado sobre eso, ¿no? "La inspiración es como la felicidad, no hay que buscarla, ella te encontrará a ti. Solo tienes que buscar tu sitio."

     Ella abrió los ojos y sonrió despacio. Le gustaban sus palabras. Volvió a recostarse y su largo cabello rubio le acarició los hombros. Se quedó dormida.

     Él siguió con su Luna de papel hasta que la verdadera desapareció, una vez más.

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