Victoria caminaba despacio, observando las copas de los
pinos y soñando con haber nacido pájaro. Pero algo hizo que mirase hacia abajo;
sus pies, hoy estaban tan resguardados del frío que no llegaba a sentirse
cómoda. Su madre se había enfadado porque en las últimas semanas había cogido
más de un resfriado. (Aunque la pequeña estaba encantada con tal de poder
sentir los pies libres.) Por lo tanto, haciendo caso omiso de su colorada
nariz, se desató los zapatos con soltura y los sujetó en una de sus torpes
manos mientras seguía su camino. Entonces vio a alguien, no muy lejos de donde
ella estaba. Le reconoció casi al instante, sin saber muy bien porqué. Se
acercó dando pequeños saltitos y le saludó. Vio en sus ojos una sensación
desconocida para ella: no eran alegres. Decidió tumbarse a su lado, a pesar de
conocerse de apenas una tarde, y extendió su mano hacia la de John, dejando las
zapatillas en el otro extremo. Durante un tiempo se quedó en silencio, y por un
momento se olvidó de que no estaba sola y comenzó a cantar. No sabía dónde la
había oído, pero hablaba sobre pájaros y ella los adoraba. Decía así: "Free, as a bird, it's the next
best thing to be. Free as a bird...".
-¿Qué cantas?
Victoria giró la cabeza, echó una mirada a las manos de los
dos y sonrió.
-Algo sobre pájaros- respondió, y haciendo una pausa
añadió-, me gustan.
John se preguntó si todo el mundo sería como ella, si todos
tendrían una mirada resplandeciente. Nunca había sido un niño demasiado
sociable, él sabía que tenía algo diferente, ¿sería eso? Quizás eran sus ojos
tristes lo que le diferenciaban del mundo. No le suponía ningún problema, en
realidad. No se había planteado la causa del rechazo de los demás hacia él (tenía
siete años, no es un tema sobre el que suela pensar alguien tan pequeño) pero
ahora lo hacía.
-¿Por qué casi no hablas?- preguntó Victoria, sin dejar que
desapareciera su sonrisa de la boca, marcando hoyuelos.
John pensó. Ella tenía razón; no era una persona de muchas
palabras. No era por timidez, de eso estaba seguro, simplemente se debía a que
prefería guardarse sus opiniones para él mismo, porque eran suyas. ¿Tendría
miedo de que alguien se las arrebatase? Él siempre se imaginaba un gran agujero
en su mente, donde podían flotar, caer, o ascender todo lo que se pasaba por
ella. Pintaba los pensamientos como hilos muy finos de colores, que se podían
distinguir sobre el fondo negro. Quizás si dejaba que alguno de ellos se
escapase en forma de voz, no volvería nunca. A todo esto respondió simplemente:
-No sé.
Ella se extrañó una milésima de segundo, y John pudo
descubrir su mínimo fruncimiento del ceño, pero fue tan rápido que en seguida
se le olvidó, ya que Victoria le agarró la mano con más fuerza y se levantó,
pretendiendo que él la siguiera. Cogió sus zapatillas rápidamente y comenzó a
correr.