domingo, 13 de octubre de 2013

Las virtudes del abismo. (Capítulo siete).

     Victoria caminaba despacio, observando las copas de los pinos y soñando con haber nacido pájaro. Pero algo hizo que mirase hacia abajo; sus pies, hoy estaban tan resguardados del frío que no llegaba a sentirse cómoda. Su madre se había enfadado porque en las últimas semanas había cogido más de un resfriado. (Aunque la pequeña estaba encantada con tal de poder sentir los pies libres.) Por lo tanto, haciendo caso omiso de su colorada nariz, se desató los zapatos con soltura y los sujetó en una de sus torpes manos mientras seguía su camino. Entonces vio a alguien, no muy lejos de donde ella estaba. Le reconoció casi al instante, sin saber muy bien porqué. Se acercó dando pequeños saltitos y le saludó. Vio en sus ojos una sensación desconocida para ella: no eran alegres. Decidió tumbarse a su lado, a pesar de conocerse de apenas una tarde, y extendió su mano hacia la de John, dejando las zapatillas en el otro extremo. Durante un tiempo se quedó en silencio, y por un momento se olvidó de que no estaba sola y comenzó a cantar. No sabía dónde la había oído, pero hablaba sobre pájaros y ella los adoraba. Decía así: "Free, as a bird, it's the next best thing to be. Free as a bird...".

     -¿Qué cantas?

     Victoria giró la cabeza, echó una mirada a las manos de los dos y sonrió.
     
     -Algo sobre pájaros- respondió, y haciendo una pausa añadió-, me gustan.

     John se preguntó si todo el mundo sería como ella, si todos tendrían una mirada resplandeciente. Nunca había sido un niño demasiado sociable, él sabía que tenía algo diferente, ¿sería eso? Quizás eran sus ojos tristes lo que le diferenciaban del mundo. No le suponía ningún problema, en realidad. No se había planteado la causa del rechazo de los demás hacia él (tenía siete años, no es un tema sobre el que suela pensar alguien tan pequeño) pero ahora lo hacía.

     -¿Por qué casi no hablas?- preguntó Victoria, sin dejar que desapareciera su sonrisa de la boca, marcando hoyuelos.

     John pensó. Ella tenía razón; no era una persona de muchas palabras. No era por timidez, de eso estaba seguro, simplemente se debía a que prefería guardarse sus opiniones para él mismo, porque eran suyas. ¿Tendría miedo de que alguien se las arrebatase? Él siempre se imaginaba un gran agujero en su mente, donde podían flotar, caer, o ascender todo lo que se pasaba por ella. Pintaba los pensamientos como hilos muy finos de colores, que se podían distinguir sobre el fondo negro. Quizás si dejaba que alguno de ellos se escapase en forma de voz, no volvería nunca. A todo esto respondió simplemente:
   
     -No sé.

     Ella se extrañó una milésima de segundo, y John pudo descubrir su mínimo fruncimiento del ceño, pero fue tan rápido que en seguida se le olvidó, ya que Victoria le agarró la mano con más fuerza y se levantó, pretendiendo que él la siguiera. Cogió sus zapatillas rápidamente y comenzó a correr.