domingo, 15 de diciembre de 2013

Las virtudes del abismo. (Capítulo diez).

     No ha existido día en el que todas las personas que pisan el mismo mundo se pusieran de acuerdo en estar felices. Siempre van a existir aquellos de mirada vacía, o quizás profundamente triste, pero en su conjunto, gente que no disfruta de la vida. Victoria había estado pensando en eso toda la tarde, tras haber desayunado con ese señor tan simpático que le había invitado a un chocolate. Había dicho que se llamaba algo parecido a "Mun", y que significaba "luna". A ella le gustó, así que no puso objeciones.

    Cuando Moon (que era como realmente el hombre se había presentado) se levantó, agarrando su paraguas con su mano temblorosa, pero fuerte y decidida, Victoria ya casi había acabado su taza y tenía un bigote de cacao dibujado en la cara. Él se despidió inclinando un poco la cabeza, y asegurando con su voz ronca que estaría encantado de volver a verla. Ella sonrió y salió a su lado por la puerta. Siguieron direcciones distintas, la niña empezó a caminar hacia el parque. Volteó la cabeza un segundo, pero ya había perdido de vista al hombre. Se encogió de hombros y siguió su camino, hasta que divisó una figura encogida en uno de los bancos más lejanos. Comenzó a correr hasta que llegó a él.

     -John -escuchó, sintiendo que su voz rompía el aire silencioso, coloreándolo y haciéndolo más cálido.

     Elevó un poco la cabeza para echar una mirada a través de sus vidriosos ojos. Parpadeó para poder verla de forma más nítida. Intentó sonreír, pero solo lo intentó. Ella se sentó a su lado, y le puso en la espalda una de sus manos, todavía templada por el chocolate. Sintió cómo un escalofrío recorría el cuerpo de su amigo, y decidió darle un torpe abrazo. John no hizo nada. Solo lloró. Lloró durante mucho tiempo, y por primera vez en su vida, confió en alguien.

     Victoria se quedó mirándole después de escuchar toda su historia. Él... había desnudado su mente y le había contado sus secretos más escondidos. Le explicó cómo sus pensamientos disfrazados de hilos de colores navegaban en la oscuridad de su abismo. Era diferente a todos los demás, y siempre había estado solo. Su asombro por las cosas más inútiles había provocado a la muerte, y ya no podía más con tanto peso en una coraza tan diminuta como era la suya (aunque había ido construyendo una cada vez más grande para esquivar los incesables golpes que le llegaban por todos lados). También le dijo que su padre parecía haber desaparecido del mundo, y que su abuela estaba demasiado pendiente de su hermano pequeño como para fijarse en él. Lo había soltado todo como jamás había hecho. Y se sintió bien. Aunque ella no tuviese una respuesta y mucho menos una solución para todo eso, le había escuchado, había intentado entenderle, y eso era suficiente.

     Se quedaron en silencio un buen rato, dados de la mano. Hasta que Victoria habló:

     -Ya no estás solo -bajó la mirada a sus manos unidas-, ¿ves? Eres mi amigo, y te voy a ayudar a que aprendas a estar contento, de verdad.

     -Gracias, Victoria -dijo sobresaltándose de pronto por un copo que le había caído en las pestañas mientras parpadeaba-. Hace frío aquí, y está empezando a nevar... ¿me acompañas? Te quiero enseñar algo.

     Y se alejaron los dos juntos; Victoria dando saltitos y John temblando de frío, pero ya no tanto por el frío que sentía en su interior, ese poco a poco se estaba fundiendo.


Un pequeño mirlo.

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