lunes, 11 de noviembre de 2013

Las virtudes del abismo. (Capítulo ocho).

     John no había podido dormir. Se había tumbado en el suelo de madera de la azotea de la casa de su abuela, que ahora era su su nuevo cuarto, y se puso a pensar, como siempre hacía. Echó una mirada a la ventana que había en el techo. No se veían las estrellas, no en Madrid, pero oh... cómo le hubiera gustado poder observarlas esa noche. Pensaba en Victoria, y en mil cosas más, pero sobre todo en Victoria. También reflexionaba sobre la palabra "amistad". ¿Sería ella su amiga? ¿Qué significaba eso?

     -Corre, corre, es divertido. Siente cómo el viento viene hacia ti.

     En ese momento el aire salpicaba las mejillas coloreadas de los dos niños. Ella era pura felicidad y entusiasmo, él... bueno, él lo fingía, lo intentaba fingir, quería fingirlo, o serlo... No estaba seguro en ese momento, y seguía sin estarlo ahora. Le gustaba la sensación de sentir una mano cuidando de la suya. Cada vez que Victoria hablaba sobre lo increíble que era todo, sentía la necesidad de llegar a ser como ella, algún día. 

     Sopló al aire para dejar que este se convirtiera en vaho durante unos segundos. Hacía frío y era demasiado tarde, pero no le dio tiempo a subirse a la cama porque los párpados le pesaban de tal manera que dejó que cayeran, y lo último que vio fueron las estrellas que él mismo había creado en su imaginación.

     Le despertó un sonido con el que últimamente estaba (desgraciadamente) demasiado familiarizado. Oír llorar a tu padre de forma tan desesperada es una de las peores sensaciones que alguien puede llegar a sentir, y John no necesitaba más malas sensaciones de las que ya estaba viviendo. El único sitio en el que se había sentido a gusto durante toda su vida, ahora era otra celda más. Se sentía encerrado en cada lugar donde pisaba. Vivía en una cárcel, que tenía como barrotes a su propio cuerpo. El único sitio donde esos barrotes se separaban de una forma apenas perceptible, pero que le dejaban respirar durante unos instantes, era el parque, su parque.

     Fue allí, para intentar hacer desaparecer todo lo que existía a su al rededor. Seguramente ninguna persona se percataría de su ausencia, nadie lo hacía nunca. No quería hablar con nadie, y tenía suerte, porque nadie quería hablar con él. El problema estaba en que la primera afirmación era falsa, pero él la confirmaba como verdadera para calmar su tristeza, o su desesperación. ¿Cuál es la palabra correcta que define estos casos de absoluto abandono? Porque era eso lo que empezaba a pasar en su vida. Nadie importaba, él no era la excepción, según su punto de vista. Solo podía ayudarle una persona, y ella no estaba allí.


Un pequeño mirlo.

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